Refugiados climáticos: ¿cómo evacuar un país?
En Oceanía, una serie de pequeños países están siendo los primeros en ver amenazada su existencia por la subida del nivel del mar. Sus Gobiernos ya han empezado a planificar a la vez su desaparición y supervivencia mientras sus habitantes buscan el reconocimiento como refugiados climáticos.
Es probable que nunca hayas oído hablar de Tuvalu ni de su capital, Vaiaku. No es de extrañar; en muchos sentidos, es un país irrisorio: el Estado independiente de menor población del mundo —solo superior a la Ciudad del Vaticano—, con una superficie de 25,44 km2 —únicamente por encima de Mónaco, Nauru y la Santa Sede—, esparcidos en un puñado de atolones e islas coralinas en un arco de unos 700 km en medio del océano Pacífico, y cuyos países fronterizos son apenas más relevantes geográficamente.
Aun así, ahora que sabes de su existencia, tampoco merece la pena que lo memorices: en entre 30 y 50 años el país habrá desaparecido bajo el mar o, en el mejor de los casos, con las perspectivas actuales, quedarán un puñado de islotes inhabitables. Sus 11.000 habitantes tendrán que haber encontrado un nuevo hogar para entonces o un modo de sobrevivir sin tierra firme sobre el nivel de los mares; de otro modo, por el ascenso del nivel del mar como consecuencia del cambio climático, todo un país se ahogará.
¿Cómo evacuar un país entero? ¿Cómo gestionar su desaparición o la supervivencia de su cultura? Ninguna de estas preguntas tiene respuesta todavía, pero Tuvalu tendrá que encontrarla si quiere sobrevivir, o al menos si quiere que su población lo haga. Las soluciones que encuentre este diminuto país pueden ser el referente para un mundo que se enfrenta a una previsible crisis humanitaria sin precedentes, y Tuvalu es solo en primero de los países que desaparecerán bajo las aguas.
La primera ola
El nivel del mar había permanecido estable desde hace al menos dos milenios. Sin embargo, durante el siglo XX aumentó entre diez y veinte centímetros por efecto del cambio climático, y desde los años 90 está ascendiendo a un ritmo de unos 3,3 mm anuales. Esto amenaza la supervivencia de muchos Estados insulares, especialmente a los asentados sobre islas coralinas, que por su origen como parte de un organismo marino tienen una escasa altitud media, como las Maldivas en el Índico o Tuvalu, Kiribati, las Islas Marshall, las Islas Cocos o Tokelau en el Pacífico.
Pero esta subida del nivel del mar no es la misma en todo el planeta, y precisamente son las naciones insulares situadas en el entorno ecuatorial del Pacífico las que se encuentran en la zona con mayores aumentos medios. Factores como la dilatación del agua por las mayores temperaturas tropicales, la fuerza centrífuga que genera la rotación de la Tierra y que empuja las aguas hacia el ecuador y, sobre todo, las corrientes Ecuatorial del Norte y del Sur del Pacífico, que, paralelas a las calmas ecuatoriales y por efecto de la rotación terrestre, empujan el agua del mayor océano del planeta contra la plataforma continental de Australia-Nueva Guinea, aunque también hay que tener en cuenta el efecto del hundimiento del lecho marino sobre estas mediciones.
Tuvalu se encuentra precisamente en este lugar, donde las aguas ecuatoriales acumuladas por efecto del movimiento de rotación y el empuje de las mayores corrientes marinas del planeta chocan contra el continente australiano, se calientan y dilatan, y por ello es el primer lugar que ha tenido que enfrentarse a los retos del ascenso del océano. En Funafuti, el atolón donde se encuentra Vaiaku, se han registrado algunos de los mayores incrementos del nivel del mar en el mundo, con un aumento medio anual de 5,1 mm desde 1950, el triple que la media planetaria.
Junto a Tuvalu, los países que han experimentado mayores aumentos son precisamente las naciones limítrofes, como Kiribati, Fiyí o las Islas Salomón. Justamente se ha observado un desplazamiento del pico de los incrementos desde Tuvalu a este archipiélago desde los años 90 hasta la actualidad, aunque también se ha modificado el método de medición al introducir la detección por satélite. Otros Estados que se han convertido en paladines de la lucha contra el cambio climático al ver amenazada su existencia, como Maldivas, no han experimentado incrementos medios anuales desde los 50 significativamente superiores a la media planetaria.
Pequeños cambios, grandes efectos
“Si no se hace nada, Kiribati se hundirá en el océano. Para 2030, empezaremos a desaparecer. Nuestra existencia terminará en etapas. Primero, las capas de agua dulce serán destruidas. Los árboles del pan, el taro… el agua salada los matará”
Anote Tong, presidente de Kiribati
Un ascenso del mar de solo unos centímetros en la vertical puede transformarse en decenas de metros en la horizontal por el efecto multiplicador de la erosión marina, a lo que hay que sumar las tormentas y tifones, más frecuentes e intensos, que acrecientan los fenómenos erosivos extremos, y las sequías, también más frecuentes y duraderas.
A su vez, la subida del mar en islas coralinas —que frecuentemente no alcanzan el metro de altura y difícilmente superan los cinco metros— supone una salinización de los suelos y las reservas de agua por la penetración del agua marina en los sustratos rocosos. Cuando alcanza las raíces de las plantas, termina matándolas, con lo que favorece todavía más el efecto erosivo de las olas, además de acabar con algunos de los recursos económicos y alimenticios básicos de los que dispone la población, como las plantaciones de árbol del pan, copra y aceite de palma.
Estudios recientes vienen a indicar que el aumento del nivel del mar queda contrarrestado por un crecimiento anómalo de las islas coralinas, que, como parte de un organismo vivo, se están adaptando a los cambios ambientales. Un 40% de las islas coralinas del Pacífico han aumentado su tamaño en la última década pese a la mayor subida del nivel del mar en centurias, otro 40% se ha mantenido estable y solamente un 20% ha perdido terreno.
El problema está en que la población se concentra mayoritariamente en ese 20%, donde la presencia de infraestructuras humanas, como diques, puertos, carreteras o edificios, ha paralizado los procesos de crecimiento geomorfológico naturales. Por ello, son las islas más pobladas, grandes y fértiles las más dispuestas a desaparecer, y las más pequeñas, despobladas y poco productivas, las que principalmente están creciendo. El resultado es que, aunque parte de las naciones insulares permanezcan emergidas, estas partes no tienen la capacidad de mantener a la mayor parte de su población.
Como consecuencia, miles de personas ven amenazados sus hogares y sus modos de vida, obligados a emigrar para buscar refugio a falta de otro lugar dentro de las fronteras de su país que las pueda acoger.
Los refugiados climáticos
“El cambio climático es el mayor reto al que enfrenta mi país. Está amenazando nuestras vidas, nuestra seguridad y el bienestar de cada uno de los humanos que viven en las islas Tuvalu”
Enele Sopoaga, primer ministro de Tuvalu
En 2015 Nueva Zelanda expulsó al kiribatiano Ionane Teitiota, solicitante de asilo por motivos climáticos. La justicia neozelandesa rechazó concederle este estatuto, ya que, aunque reconocía la degradación ambiental que Kiribati estaba experimentando a causa del cambio climático y los riesgos para la familia Teitiota, las leyes internacionales no los amparaban.
El concepto de refugiados climáticos no tiene una definición clara. Si bien se ha vuelto popular en los medios de comunicación y organismos internacionales, carece de valor legal. Hay que tener en cuenta que el concepto de refugiado recogido en el Estatuto de los Refugiados es muy restrictivo, aunque en un sentido coloquial pueda aplicarse a todo aquel que abandona su lugar de origen y no pueda regresar por ver amenazada su vida o seguridad.
A su vez, el propio concepto de clima —‘sucesión normal de tipos de tiempo’— requiere estabilidad, por lo que el concepto de refugiado climático es contradictorio e incluye necesariamente la idea de que el clima ha cambiado sus pautas, lo que ha modificado el medio donde un grupo de personas vivían, para amenaza de su supervivencia.
Dada la ambigüedad del término refugiados climáticos, muchas veces se prefiere usar el concepto de refugiados medioambientales, que solamente Suecia y Finlandia recogen en su legislación y que la Organización Internacional para las Migraciones define como aquellas personas que, “por razones imperiosas de cambios repentinos o progresivos en el medio ambiente que afectan negativamente a la vida o las condiciones de vida, se ven obligadas a abandonar sus hogares habituales”.
El problema de este último término es que es muy amplio: abarca desde los desplazados por razones estrictamente naturales a los desplazados por los efectos de la acción humana sobre el medio, sea esta la deforestación, la sobreexplotación de los recursos hídricos o el cambio climático. Además, no tiene en cuenta la interrelación entre los factores ambientales y políticos-económicos.
Además de la de Teitiota, Australia y Nueva Zelanda han rechazado otras 17 solicitudes de asilo por motivos climáticos de naciones insulares del Pacífico. Nueva Zelanda sí permitió a una familia de Tuvalu evitar su extradición por razones humanitarias en 2014 debido al impacto que el cambio climático tenía para la familia a la hora de llevar una “vida segura y satisfactoria” en su país de origen.
¿Qué hacer para sobrevivir?
“Ningún líder nacional en la historia de la humanidad ha tenido que enfrentarse a esta cuestión: ¿sobreviviremos o desapareceremos bajo el mar?”
Enele Sopoaga, primer ministro de Tuvalu
Las recientes cumbres de París y Marrakech han abordado el problema de los impactos del calentamiento global, pero el estatuto de los refugiados climáticos no se ha abordado y el acuerdo para limitar el aumento de las temperaturas “muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 ºC” por encima de los niveles preindustriales ha resultado insuficiente para varias naciones del Pacífico, que previsiblemente desaparecerán con un aumento de grado y medio.
Para ampliar: “La cumbre de Marrakech: ¿un nuevo paréntesis en la lucha contra el cambio climático?”, Fernando Rey en El Orden Mundial, 2017
Ante este panorama, Fiyí y las Islas Salomón están organizando desplazamientos internos de su población desde las costas al interior, mientras que países como Tuvalu o Kiribati preparan su evacuación masiva. Australia, Nueva Zelanda y Fiyí son Estados montañosos prósperos en un continente pobre lleno de pequeñas y planas islas coralinas y por ello se han convertido en el objetivo principal de los Estados insulares a la hora de organizar su evacuación. Australia se ha mostrado reacia a aceptar refugiados de otras naciones de Oceanía, mientras que Nueva Zelanda ha firmado acuerdos para permitir la entrada de pequeñas cantidades. Por su parte, Fiyí ha sido el país más abierto a la inmigración climática desde otros países insulares.
Tuvalu, como punta de lanza, fue el primero en buscar soluciones para su población. Tras una desastrosa aventura para comprar tierras en Texas y trasladar a Estados Unidos su población en los años 80, se intentó que Australia aceptase una pequeña cantidad de refugiados anualmente, pero el país rechazó la propuesta en 2001, tras lo cual acudió a buscar ayuda en Nueva Zelanda, que sí aceptó y permite desde 2002 la entrada anual de 79 tuvaluanos. Aunque el acuerdo ha resultado prometedor, con la actual cifra se tardaría más de un siglo en desplazar a toda la población actual, sin contar con el crecimiento demográfico y que el país previsiblemente podría quedar sumergido mucho antes de completarse dicho traslado.
Kiribati ha comprado 2.000 hectáreas de tierras en Fiyí y, con el permiso del país, plantea trasladar a sus 100.000 habitantes si su Estado se vuelve inhabitable. Pero Fiyí, aunque montañoso y con mejores perspectivas que otras naciones del Pacífico, también ha tenido que enfrentarse al desplazamiento de localidades costeras dentro de sus fronteras.
Los habitantes de las Islas Marshall pueden emigrar libremente a Estados Unidos como compensación por las bombas nucleares detonadas en su territorio por la potencia norteamericana, pero el país continúa siendo una importante base para la armada estadounidense, gracias a lo cual se está planteando algo que escapa a la mayoría de los Estados pobres del Pacífico: la construcción de islas artificiales.
Los nuevos Estados desterritorializados
El traslado de la población entera de un país a otro y la desaparición de la tierra plantean problemas. ¿Puede un Estado que ha perdido sus tierras emergidas seguir existiendo? ¿Puede mantener la soberanía sobre sus aguas territoriales?
En los Estados archipelágicos, las líneas de base —aquellas a partir de las cuales se calculan las zonas marítimas, conforme a la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar— se calculan uniendo en un polígono las tierras emergidas de las diferentes islas. La desaparición de las islas supondría teóricamente la pérdida de la soberanía sobre el mar, y los Estados del Pacífico tendrán que presionar en la ONU para cambiar la convención para garantizar que, aun perdiendo sus tierras, sus aguas mantendrán su soberanía.
En estas áreas marítimas, tan extensas como las de Estados mucho más grandes y poblados, se encuentran abundantes recursos minerales y pesqueros que, de desaparecer los Estados, podrían ser reclamados por sus vecinos o pasar a ser parte de las aguas internacionales. La aparición de los Estados desterritorializados podría ser la solución para garantizar que existe un ente político que administre estas zonas marítimas y dote de recursos económicos a los desplazados de dichos territorios.
Que los refugiados climáticos y sus descendientes puedan aprovecharse de los recursos marinos y submarinos de las aguas territoriales de sus Estados de origen podría permitir que los países del Pacífico se desterritorializasen, es decir, que su población viviese en otras naciones y aun así su Estado pudiese proveerlos de servicios, defender sus derechos y luchar por preservar su cultura e identidad.
Sin embargo, esta idea plantea un problema conceptual, ya que en las lenguas polinesias tierra y pueblo son una misma palabra y la pérdida de una supone conceptualmente la desaparición de la otra.