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Latinoamérica, en blanco y negro

Latinoamérica, en blanco y negro

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Compassion International

avatarDefault Nicolás Comini

Agosto 2017

En el mundo en el que nos toca vivir, las cosas parecen ser a todo o nada. O tenemos un orden liberal global sólido e inmune a los movimientos tectónicos que se van desprendiendo en sus entrañas o tenemos un orden que se cae a pedazos para siempre. O China se convierte en el nuevo fijador de reglas en el sistema internacional o Estados Unidos afianza su papel hegemónico. Algo similar sucede en la región de Latinoamérica. O se es “republicano” o se es “populista”; o se es “neoliberal” o se es “progresista”. O Venezuela explota o todo continúa igual. O el presidente Nicolás Maduro va preso o se perpetúa para siempre en el poder. Tal vez por este motivo parecería existir un temor generalizado en ciertos sectores autodefinidos progresistas por condenar el accionar del gobierno de Maduro, incluso cuando su base principal de apoyo político, las fuerzas armadas, y su accionar en materia de derechos civiles y humanos no encajan con lo que estos sectores predican para sus propios países.

En un contexto antidialéctico, la adhesión a los bandos suele ser fogoneada por formadores de opinión, que se posicionan abierta o implícitamente a favor o en contra de algo, poniendo en relieve la sumatoria de sus intereses, aspiraciones, deseos y temores. Estas dinámicas contribuyen a moldear los componentes de lo que consideremos representa la “realidad” que nos rodea. De esta forma, se vuelve difícil identificar las posiciones intermedias equidistantes.

El presente artículo busca poner en discusión tres debates actuales abordados de forma antidialéctica sobre lo que sucede en el contexto global, hoy presentes en el contexto regional latinoamericano: oeste-este, globalismo-patriotismo, y bilateralismo-multilateralismo. Como podrá apreciarse, la manera en la que estos son presentados podría resultar un tanto grotesca. La intención es abrir la discusión al respecto y reflexionar sobre la situación de Latinoamérica. De ella se desprenden una serie de interrogantes que merecen ser problematizados, especialmente bajo los nuevos parámetros de alta complejidad, indeterminación e incertidumbre que caracterizan a un mundo actual, enojado y ansioso.

Jugando un poco con la aplicación de estas categorías en América Latina, podríamos ver que las mismas tienen un lugar privilegiado en las discusiones en torno hacia dónde se dirige el mundo, cómo ello afecta a los países del subcontinente y, sobre todo, cómo estos últimos se posicionan —proactiva o pasivamente— frente a ese panorama. Como podrá observarse, no resulta demasiado trabajo detectar que la proliferación de blancos y negros tiene su correlato cuando se discute acerca del destino de la región ¿Cómo se expresa? A continuación, se presentan algunas de las interpretaciones polares.

Del oeste al este

En el actual mundo en blanco y negro, el resurgir de la Guerra Fría suele ocupar un papel estelar. Desde la perspectiva de muchos, en realidad, aquella nunca terminó. Sin embargo, se ha agudizado la atención política en la competencia por la definición de reglas del orden internacional. Esta disputa parecería tener en un extremo a Estados Unidos y algunos de sus aliados europeos y, por el otro, a China y Rusia, secundados por otros como la India o Irán. Obviemos, por ahora, las diferencias entre y al interior de ellos.

Existen quienes argumentan que atravesamos el fin de ciclo de la Pax Americana y que China es el motor de la economía global, algo que se irá progresivamente materializando en su vertiente política. La cuestión es que a China se le suma Rusia que, desde esta perspectiva, estaría capitalizando el “no intervencionismo” trumpiano para ampliar su influencia global ante un supuesto vacío de poder. En este sentido, Venezuela nos brinda un ejemplo del juego de las grandes potencias. Al compás de la implementación de sanciones por parte de Washington a Rusia y de su “no reconocimiento” a la Asamblea Nacional Constituyente electa, Moscú manifestó su “solidaridad con Venezuela y su firme apoyo a su política de prevenir la desestabilización”. Todo tipo de teorías se han acuñado al respecto, desde el bloqueo petrolero de Estados Unidos hasta la intervención militar rusa, con el mercado petrolero como constante telón de fondo.

Aunque la historia de la región se encuentra repleta de ejemplos de pragmatismo, que por supuesto conllevan ideas y subjetividad, la interpretación ideológica de las decisiones políticas y económicas es frecuente y goza de buena salud, cayendo en generalizaciones cuando se analizan las agendas de política exterior. Tal vez por eso las instituciones nunca se dan abasto: no importa cuántas organizaciones sean creadas, con el tiempo termina primando la idea de que no son capaces de actuar cuando hacen falta. Eso hace a los países más vulnerables en su vinculación extraregional. Cuando se habla de posibles instancias de diálogo o mediación con Venezuela: la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) es descartada por el principio de unanimidad, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) por ser considerada una invención bolivariana, la Organización de Estados Americanos (OEA) por estar liderada por Luis Almagro —que ha cerrado todas las alternativas de posicionar a la institución hemisférica como constructora de canales de diálogo— y por incluir a Estados Unidos, la Alianza del Pacífico por ser demasiado liberal, la Comunidad del Caribe por no tener peso político y el Mercado Común del Sur (Mercosur) por estar muy lejos. Ya sea desde su antimadurismo o desde su rechazo a la oposición, no parecería haber un solo espacio con legitimidad para actuar en el país caribeño, lo que deja al país en bandeja para una disputa entre los actores del este y el oeste. Así como se asocia a los países con determinados actores externos, a los cuales suelen también encasillárselos en determinadas categorías de “buenos” y “malos”, también se etiqueta a las instituciones regionales con gobiernos o personas, en lugar de con Estados. Bolivia solo parecería relacionarse con China, la India o Rusia, mientras que Colombia parece estar casada con Estados Unidos. La monogamia no existe en el sistema internacional, pero los estigmas son populares.

Habrá que seguir discutiendo el peso que, más allá del sistema interestatal, tienen las empresas trasnacionales en la región. Algunas interpretaciones sostienen la existencia de un contexto signado por gobiernos débiles, que deben lidiar con contextos internos convulsionados, que poseen poca capacidad de liderazgo y de proyección y que han depositado gran parte de sus esperanzas de crecimiento económico en la inversión y el comercio exterior. Así, las potencias del oeste y del este contarían en Latinoamérica con un fértil camino para amplificar sus operaciones estratégicas. Otros, en cambio, consideran que el contexto actual permite abrir la oportunidad a la profundización de los proyectos autonómicos, tal como sucedió en la época de George W. Bush y de construcción de la Unasur. Incluso cuando seguramente se trata de un poco de cada cosa, la necesidad de elegir entre una u otra opción se torna un postulado irreverente.

Globalistas y patriotas

Una segunda cuestión que suele polarizar interpretaciones está relacionada con la globalización, con la posglobalización o la antiglobalización, dependiendo desde donde se la mire. En general, el mayor problema suele estar vinculado en la identificación de los supuestos ganadores y perdedores de esos fenómenos. El debate globalización-patriotismo cobra un sentido particular en Latinoamérica. Comúnmente, los globalistas suelen ser definidos como liberales, es decir, de derecha-neoliberales en clave regional. Mauricio Macri en Argentina o Pedro Pablo Kuczynski en Perú podrían encajar en este tipo de categorización. Se les suele asociar como representantes de los grandes capitales en la región. Por su parte, el patriotismo tiene también una etiqueta propia. Muchos de los gobiernos del “giro a la izquierda” latinoamericano de principios del siglo XXI se autodefinieron como patrióticos, progresistas e integracionistas. La patria era (o es) asumida, en gran medida, como la “patria grande”. Estos también suelen ser estigmatizados con diferentes etiquetas, que van desde comunistas hasta populistas, conceptos que son considerados como una especie de insulto por parte de quienes generan esas percepciones. Aquí entrarían Nicolás Maduro, Lenin Moreno o Evo Morales, da igual la diferencia entre ellos. Con este tipo de acciones se busca cerrar la discusión de manera dicotómica: existen los buenos y los malos.

¿De qué manera se visualiza esta polarización en el contexto actual? Sin distar demasiado de lo que sucede en la arena internacional, están quienes defienden que la globalización ha contribuido a profundizar los niveles de interdependencia entre las economías de Latinoamérica, así como a acelerar la circulación de la información y los procesos de difusión cultural. El futuro trae bajo el brazo una serie de avances tecnológicos que revolucionarán positivamente la región, fundamentalmente vía la inteligencia artificial, las comunicaciones, la automatización y la robotización.

Los más descreídos auguran que todas estas dinámicas podrían conllevar beneficios a solo una parte de la región, fundamentalmente la más privilegiada, más capacitada y con mayores recursos materiales y simbólicos. Esto no hace más que intensificar las contradicciones regionales existentes. El problema es que la priorización sistemática de los intereses internos genera también sus propias contradicciones regionales, resultando tarea compleja imaginar cómo pueden converger proyectos autonómicos, arraigados en planes nacionales de desarrollo, industrialistas y redistribucioncitas, con la construcción de coaliciones regionales sustentables en el tiempo. Si cada uno se prioriza a sí mismo, será difícil construir complementariedades. Hoy la región experimenta un nuevo ciclo político y este tipo de construcción regional intergubernamental vuelve a sentir los efectos de la confluencia entre los procesos internos y externos. Las miradas prejuiciosas sobre lo ya existente solo dan muestra de la debilidad de la institucionalidad constituida en torno a ella.

Juntos o atomizados

El tercer eje de debate tiene que ver con las dinámicas en torno a cómo relacionarse con los demás Estados. Si bien, como a nivel global, lo multilateral o lo bilateral siempre han convivido, aunque de manera dispar, lo cierto es que hoy esta discusión ha adquirido nuevas dimensiones. Los bilateralistas insisten en que el multilateralismo es costoso, conlleva largas discusiones sin resultados conducentes, genera burocracias y carece de incidencia. Las negociaciones directas implican todo lo contrario: mayor efectividad y eficiencia, menos burocracias y menos debates interminables. Con estas dinámicas es posible avanzar si se obtiene lo deseado. La manera en la que Argentina y Brasil han bilateralizado el Mercosur va en este sentido. Una mezcla de motivos, que abarcan desde la crítica al funcionamiento de las cancillerías hasta la inoperatividad de las instituciones del bloque, pues justificaron la adopción de tal camino para que los países pudieran “proyectarse al mundo”. Paraguay y Uruguay no se habían quedado atrás, y habían firmado en octubre de 2015 un convenio bilateral sobre sistema de pagos.

Por supuesto que a este análisis le faltan algunas cuestiones. La primera es el poder y la segunda son las asimetrías. Los Estados no suelen estar en condiciones de igualdad a la hora de negociar, y en una bilateral, los grandes suelen sobreponerse a los chicos. A no olvidar que, como decía Theotonio dos Santos, la dependencia implica una “situación en la cual un cierto número de países tienen sus economías condicionadas al desarrollo y la expansión del otro, situando a los países dependientes en una posición trasera explotados por los países dominantes”. Tal vez por ello, los defensores del multilateralismo argumentan que el bilateralismo agudiza esas relaciones de dependencia. Para ser justos, resulta un poco obvio afirmar que el poder de un país latinoamericano se verá reducido a la hora de negociar tête-à-tête con países como Alemania, China, Estados Unidos o Rusia. Es por ello que la regionalización policéntrica se torna en una condición indispensable para la generación de un espacio independiente en la economía mundial. Se vuelve esencial, así, la construcción de agendas cooperativas que reconozcan las asimetrías existentes.

Una gama de colores

De estos debates, surge una necesidad: generar alternativas a este tipo de miradas antidialécticas e identificar la enorme gama de colores existentes. Retomar la idea de un mundo bipolar sería enormemente perjudicial para una región que debería relacionarse con todos, garantizando un verdadero pragmatismo.

Así, una de las principales cuestiones que debe ajustarse es la relación entre los Estados. En Latinoamérica, el patriotismo implica integracionismo y, por lo tanto, multilateralismo. El individualismo a la hora de negociar con las grandes potencias es autodestructivo, al igual que lo es el hecho de que, a veces, los actores más grandes de la región tomen ventaja en sus negociaciones con los menores. Esa autoflagelación habrá de estar asegurada si los grandes actores siguen ganando espacio. Cómo modificar este tipo de dinámica es una tarea que merece trabajo y suele conllevar pesadas frustraciones.

Lo que unos consideran desastroso, otros lo asumen como positivo. La gloriosa Unasur de ayer, es denostada por ser un nuevo club de amigos de hoy. La bonita Alianza del Pacífico se considerará mañana la representación de algo que será también cuestionado. Ese pesimismo destructivo construye anteojeras que no permiten detectar la complejidad de las “gamas y tramas de colores”, que en este caso se traducen en políticas públicas concretas, no necesariamente ajustadas a las miradas totalitarias, sean estas negativas u optimistas.

NICOLAS COMINI es director de la licenciatura y la maestría en Relaciones Internacionales de la Universidad del Salvador en Argentina y docente en la New York University, Buenos Aires.

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