lunes, diciembre 2, 2024
El presidente ruso, Vladímir Putin (derecha) y el líder de la región separatista de Osetia del Sur, Leonid Tibilov, marzo 2015, Moscú. Maxim Shipenkow/AFP/Getty Images

Georgia y la ‘política’ rusa de las anexiones

Georgia y la ‘política’ rusa de las anexiones

Las cuasi-anexiones por parte de Rusia en el espacio postsoviético afectan en gran medida la credibilidad de los Estados afectados. ¿Está la UE dispuesta a hacer algo al respecto?

Rusia formalizó recientemente lo que muchos consideran una anexión encubierta de Osetia del Sur. Se hizo mediante la liquidación de fronteras. La de Abjasia ya había quedado suprimida en noviembre. Ejército ruso inició maniobras militares de defensa antiaérea en ambas regiones.

Los documentos firmados, en noviembre y hace unas semanas, en Moscú se presentan como tratados de “alianza e integración”. Es probable que adopten la forma oficial de una confederación. Para Georgia esos tratados con los gobiernos marioneta de Abjasia y Osetia del Sur (que no son sujetos de derecho internacional) son la continuación de la política de cuasi anexiones del Kremlin.

La segregación –tras la breve guerra con Rusia de verano del 2008– no ha sido nunca reconocida por la comunidad internacional. En los años anteriores Georgia estuvo dispuesta a concederles un amplio margen de autonomía, pero ambos rechazaron todo lo que no fuera independencia. Tbilisi los considera “territorios ocupados” por las tropas rusas que disponen allí de bases militares.

Durante la guerra, fuerzas rusas intervinieron cuando Georgia lanzó operaciones militares para retomar Osetia del Sur. Occidente calificó las acciones de Moscú, cuyos soldados llegaron a las cercanías de Tbilisi, de desproporcionadas. Con la expulsión de las tropas georgianas y la ocupación del 20% de la superficie nacional tras la invasión rusa, continua la flagrante violación del acuerdo de cese el fuego de agosto de 2008.

Posteriormente, Rusia que domina las misiones de pacificación en las dos regiones, las reconoció como independientes, convirtiéndolas en un conflicto congelado, pues no han sido reconocidas internacionalmente.

Estos casos de Abjasia y Osetia del Sur muestran lo que puede ocurrir en la región ucraniana del Donbas si los rebeldes prorrusos consolidan militarmente sus posiciones.

Georgia es el país más disperso y abigarrado del Cáucaso desde el punto de vista étnico. Las relaciones con Rusia –pésimas durante los mandatos del anterior jefe de Estado, Mijaíl Saakashvili– siguen siendo complicadas. Formado en EE UU, Saakashvili gobernó a partir de la Revolución de las Rosas en 2003. Su política crecientemente autoritaria y su impaciencia precipitaron los acontecimientos que llevaron a la guerra. Perdió el poder en 2013. Sobre el ex presidente, ahora asesor especial en Ucrania, pesa una orden de captura en su país por abuso de poder.

Tras la guerra Georgia rompió relaciones diplomáticas. A finales de 2013 inició un lento proceso de normalización con su vecino del norte. Las relaciones plenas no se han restaurado.

Pese a los cambios políticos, la integración euro-atlántica sigue siendo el eje principal de la política georgiana. El presidente Giorgi Margvelashvili sigue por el camino de la plena autonomía geopolítica si bien, a diferencia de Saakashvili, intenta en la medida de lo posible reducir al mismo tiempo las tensiones y dialogar con Rusia.

El pretexto frecuentemente utilizado por Moscú para disfrazar sus ambiciones geográficas es el de proteger a los 25 millones de compatriotas que desde la desintegración de la URSS viven fuera de la Federación rusa. Lo sucedido en Crimea –cuya manipulación acaba de admitir abiertamente Vladímir Putin– ha llevado a que muchas ex repúblicas soviéticas miren con inquietud y recelo a sus respectivas minorías rusas. Se ha iniciado un programa de repatriación que apenas ha dado resultado por las trabas burocráticas impuestas a la inmigración de esos conciudadanos. Todo indica que le son más útiles al Kremlin en el extranjero.

Georgia no cuenta con una minoría rusa significativa. Se recordará que en Osetia del Sur y Abjasia lo que se hizo fue facilitar pasaportes rusos en masa a sus habitantes. La Unión Europea no reaccionó. Ni siquiera lo hizo EE UU que tenía en Tbilisi un tradicional aliado en el espacio postsoviético.

¿Qué va a hacer la UE en estos territorios a partir de ahora? La Unión trata de incrementar su presencia y perfil. El objetivo: contener la agresiva conducta rusa y evitar que la guerra de Ucrania se extienda al Cáucaso Sur ampliándose a toda la región del mar Negro. Unas primeras iniciativas diplomáticas se han dirigido a Abjasia. Al igual que Osetia del Sur, continua siendo económicamente dependiente de las subvenciones rusas para siquiera aparentar una autonomía y autogobierno de los que en realidad carece. En febrero el representante especial de la UE para el Cáucaso Sur, Herbert Salber, se reunió con el Ministro de Asuntos Exteriores de facto de Abjasia. El encuentro tuvo lugar un día antes de que Putin firmara la “alianza estratégica” con el área controlada por los separatistas.

Existen pocas esperanzas de que se llegue a algún tipo de acuerdo y de lograrse tendría que ser evitando condiciones previas que establecieran de una u otra forma la unidad de Georgia.

Abjasia hubiera saludado el establecimiento de una oficina de representación de la UE. Sus funcionarios de facto han venido insistiendo en que Bruselas les trate al mismo nivel que al Gobierno georgiano. Esto hubiera significado un cambio en la política europea y la Unión apoya claramente la soberanía de Tbilisi tanto sobre Abjasia como Osetia del Sur, territorio sobre el que la Unión no tiene prácticamente acceso.

Boris Iarochevitch, vicedirector de la Delegación europea en Georgia, se apresuró por ello a aclarar que la oficina en cuestión sería un “centro de información” para explicar naturaleza y funciones de la UE. Iarochevitch admite que el margen de maniobra de la Unión es muy estrecho en Abjasia, aunque insiste que debe utilizar “cualquier posibilidad de ampliar sus actividades además de su papel como mediador en las negociaciones de paz.

Los funcionarios en Tbilisi, impacientes por estrechar los lazos con la UE y, sobre todo, reintegrar Abjasia, se abstuvieron de más comentarios. Saben que la Unión no puede desafiar el poder de los miles de millones de rublos rusos en Abjasia.

Conseguir atraer a los territorios separatistas a su espacio económico –y conseguir que permanezcan en él– mediante acuerdos de integración resultará muy oneroso para Rusia. Pese a su economía en estado crítico, anunció recientemente planes de entregar 9.000 millones de rublos (unos 146 millones de dólares) de ayuda a Abjasia.

No se vislumbra una solución a corto o medio plazo. Ante la crisis de Ucrania aumenta la alarma de Bruselas que ve con preocupación cómo Putin aprovecha y maneja a su antojo los diversos conflictos congelados en la zona. Recuérdese que los del Cáucaso Sur incluyen asimismo el de Nagorno-Karabaj (sobre el que Azerbaiyán reclama la soberanía sin por ello reducir el papel de Rusia como mediador. La razón: Moscú apoya la integridad territorial de Azerbaiyán cosa que no hace en Georgia. Mientras tanto sigue vendiendo armas a los contendientes).

La política de cuasi-anexiones debilita a los Estados afectados restándoles credibilidad con muy serias implicaciones. Por ello, no habría que descartar un mayor protagonismo de la UE en la región.

Precisamente a finales de febrero, fueron a Bruselas los primeros ministros de Moldavia –amenazada por el conflicto congelado de Transniester– y Georgia. Los dos Estados han dado la espalda a Rusia de forma manifiesta para volverse hacia la UE. Los recibió el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y habló con ellos sobre este mayor acercamiento. No faltan quienes critican a Tusk porque “no era el momento más adecuado”.

Moscú sigue considerando el final de la URSS como una humillación y la pérdida de la condición de gran potencia como trauma. Hasta que cambie esa actitud será muy difícil acercar posiciones. Las elites rusas hacen caso a su propia propaganda del peligroso avance oriental de la UE y la OTAN. En realidad lo que ha habido es un giro de los europeos del este hacia Occidente; comprensible tras la historia de opresión soviética. Una decisión soberana que no cabe condicionar con supuestas prerrogativas rusas en materia de seguridad.

Junto al telón de fondo de los diferentes intereses geoestratégicos tanto de la UE como de Rusia se quiso establecer una “asociación para la modernización”. Se trataba de cooperar en materia de justicia, educación, medio ambiente, salud, etcétera. Combatir la corrupción y construir el Estado de Derecho. Algo que se viene haciendo igualmente con otros países que han sufrido largos periodos de dictadura.

En suma, fortalecer las instituciones democráticas integrando la sociedad civil. Sin embargo, esto es tachado por Putin como un ataque a los valores rusos. Bruselas no ha querido o sabido darse cuenta de que esa “modernización” ha sido contemplada por el Kremlin exclusivamente desde la perspectiva tecnológica.

En la UE nos hacemos preguntas sin duda pertinentes en una democracia sobre todo durante un conflicto. ¿No ha habido también agresiones y planes de expansión de Occidente? ¿Se ha actuado ahora con el tacto suficiente? ¿Se ha provocado de forma innecesaria? ¿No se cae en la generalización fácil demonizando a la otra parte mediante la propaganda?

El asesinato de Boris Nemtsov –el último en una ya larga lista de opositores y periodistas– ejemplifica el peligro de adoptar una actitud crítica semejante en Rusia. Y eso, lamentablemente, no es propaganda.

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