Señor Presidente, Dr. Conant, miembros del Cuerpo de Observadores, Damas y Caballeros:
Estoy profundamente agradecido y conmovido por la gran distinción, honor y atención que me dispensan las autoridades de Harvard esta mañana. Estoy sobrecogido y temeroso de mi inhabilidad para mantener la atención que tan generosamente me prestan. Este lugar encantador y tan lleno de Historia, este día perfecto y esta maravillosa asamblea es algo tremendamente impresionante para una sola persona en mi posición.
Pero para hablar más seriamente, no necesito decirles que la situación mundial es muy seria. Esto debe resultar evidente para cualquier persona inteligente. Pienso que una dificultad es que el problema es de tal complejidad que todos los hechos presentados al público por la prensa y la radio exceden la capacidad del hombre de la calle para alcanzar una clara aproximación de la situación. Más aún, la gente de este país está distante de las áreas castigadas y es difícil para ella comprender la tragedia y las reacciones concomitantes de gente que ha sufrido durante tanto tiempo y el efecto de esas reacciones sobre sus gobiernos y la conexión con nuestros esfuerzos para promover la paz en el mundo.
Se han considerado los requisitos para la rehabilitación de Europa: la pérdida de vidas, la visible destrucción de ciudades, fábricas, yacimientos y vías de comunicación, que han sido correctamente estimados, pero en los meses recientes se ha vuelto obvio que esa visible destrucción fue probablemente menos seria que la dislocación del sistema económico europeo. En los últimos diez años las condiciones han sido anormales. La febril preparación para la guerra y el febril mantenimiento del esfuerzo de la guerra abarcaron todos los aspectos de las economías nacionales. La maquinaria debe ser reparada o ha quedado obsoleta. Bajo el arbitrario y destructivo gobierno nazi, virtualmente cada posible emprendimiento ha sucumbido ante el avance alemán. Relaciones comerciales de larga data, instituciones privadas, bancos, compañías de seguros y navieras desaparecieron por pérdida de inversiones, nacionalizaciones o simplemente destrucción. En muchos países la confianza en la moneda local se ha dañado seriamente. La caída de la estructura comercial de Europa durante la guerra fue completa. La recuperación se ha postergado por el hecho de que dos años después del cese de hostilidades, el establecimiento de la paz con Austria y Alemania no se ha acordado. Pero por encima de esos problemas, la rehabilitación de la estructura económica europea requerirá más tiempo y esfuerzo del previsto.
Hay un aspecto de la cuestión que es a la vez importante y serio. El campo siempre ha producido alimento para intercambiar en las ciudades por otros elementos vitales. Esta división del trabajo es la base de la civilización moderna. En este momento está amenazada. Las ciudades y sus industrias no están produciendo mercaderías adecuadas para intercambiar con los campesinos. La materia prima y los combustibles escasean. La maquinaria es inexistente o inútil. Los campesinos y granjeros no pueden conseguir las mercancías que necesitan. Por ello la venta de sus productos les aporta dinero que no pueden utilizar, resultando una transacción improductiva. Como consecuencia, campos de cultivo se transforman en pastizales. Producen lo que necesitan para alimentarse sin privaciones pero escasea ropa y otros elementos propios de la civilización. Mientras, los habitantes de las ciudades carecen de alimentos y combustible y en algunos lugares se aproximan a niveles degradantes. Para atenuar este proceso los gobiernos se ven obligados a utilizar divisas y créditos para subsanar dichas necesidades comprando en el exterior. Ese proceso agota recursos necesarios para la reconstrucción. En consecuencia esta grave situación evoluciona rápidamente de manera perjudicial para el mundo. El sistema moderno de división del trabajo basado en el intercambio de productos está en crisis.
La base del problema es que las necesidades europeas de alimentos y otros productos, especialmente de América, para los próximos tres o cuatro años son mayores que la capacidad actual de pago, necesitando ayuda adicional debido al grave deteriorio económico, social y político.
La solución es romper el círculo vicioso y restaurar la confianza del ciudadano europeo en el futuro económico de sus propios países y de Europa en conjunto. La industria y el campo en toda la región deben ser capaces de intercambiar sus productos por divisas, cuyo valor no se cuestiona.
Por encima del efecto desmoralizador sobre el mundo y las posibilidades de disturbios como consecuencia de la desesperación de la población involucrada, las consecuencias para la economía de EE.UU. son evidentes para todos. Es lógico que EE.UU. haga todo lo posible para asistir el retorno de una normal y saludable economía en el mundo, sin la cual no habrá estabilidad política ni seguridad de paz. Nuestra política no está dirigida contra ningún país ni doctrina sino contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos. Este propósito se basa en la revitalización de una economía de trabajo en el mundo para permitir la aparición de las condiciones sociales y políticas necesarias para la existencia de instituciones libres. Tal asistencia, estoy convencido, no debe prestarse en etapas, como ocurre durante muchas crisis. Toda asistencia que este gobierno provea debe ser una solución y no un mero paliativo.
Todo gobierno que solicite asistencia con el objetivo de recuperarse encontrará cooperación, estoy seguro, por parte del gobierno de EE.UU. Cada gobierno que maniobre para impedir la recuperación de otros países no podrá esperar nuestra ayuda.
Más aún, gobiernos, partidos políticos o grupos que busquen perpetuar la miseria humana para obtener ventajas política o de otra índole encontrará oposición de EE.UU. Es también evidente que antes que EE.UU. avance en sus esfuerzos para aliviar la situación y ayudar al mundo europeo en su recuperación, deberá haber algunos acuerdos respecto a los requisitos de la situación y la parte que les tocará para alcanzar los efectos deseados por este gobierno. No sería apropiado ni eficaz para este gobierno implementar unilateralmente un programa destinado a poner económicamente en marcha a Europa. Ese es asunto de europeos. La iniciativa, pienso, debe surgir de Europa. El rol de este gobierno debería consistir en ayuda amistosa en el diseño de un programa europeo y en el soporte posterior de ese progreso en la medida que podamos. El programa debe ser conjunto, aceptado por muchas –si no todas- las naciones europeas.
Un elemento esencial de toda acción exitosa por parte de EE.UU. es la comprensión por parte de los americanos de la índole del problema y los remedios a aplicarse. La vehemencia política y el prejuicio no deben tener lugar. Con convencimiento y conciencia por parte de nuestro pueblo para enfrentar la gran responsabilidad que la Historia ha hecho recaer sobre nuestro país, podremos superar las dificultades que he mencionado.
Lamento haber hecho público algo relacionado con nuestra situación internacional. Me he visto obligado a fin de entrar en detalles técnicos. Pero desde mi entendimiento, es de gran importancia que nuestra gente adquiera una idea general sobre las complicaciones existentes, por encima de reacciones apasionadas, de prejuicios o la emoción del momento.
Como he dicho más formalmente hace un instante, estamos alejados del escenario de esos problemas. Es virtualmente imposible a esta distancia, simplemente leyendo, escuchando o hasta observando fotos o imágenes, alcanzar todo el significado de la situación. El futuro del mundo entero depende de decisiones apropiadas. Depende, pienso, en gran medida del accionar del pueblo americano sobre los variados factores dominantes. ¿Cuáles serán las reacciones de la gente? ¿Cuáles serán los justificativos para esas reacciones? ¿Cuáles serán los padecimientos? ¿Qué es lo necesario? ¿Qué es lo mejor que se puede hacer? ¿Qué debe ser hecho? Muchas gracias.
George Marshall